Origami

Hay muchas formas de leer este libro. Primero, como una picaresca sobre las desventuras de un chileno en Japón. Segundo, como un ensayo sobre la peor forma de la soledad, la que te condena a nunca escapar de tu lengua, la que te ata a ella como una cárcel atroz pero también como una patria imposible. Y tercero, como una colección de apuntes secretos sobre un país que apenas vemos de lejos, entre una bruma hecha de neones y jirones histéricos de mitología pop. Por mi lado, creo que es acá donde la escritura de Mauricio Palazzo alcanza la nitidez que es su mejor atributo, al hacer de Origami un libro nocturno, lleno de historias terribles que definen los contornos asombrosos y desquiciados de las múltiples identidades de ese país lejano. Así, los bares, los narcos, los yakuzas, las strippers rusas perdidas y los pervertidos funcionan como la contracara secreta de la modernidad, el desarrollo tecnológico o el budismo zen, usando lo anterior como la excusa para transformar a la propia memoria en una aventura melancólica y descarnada, viva en su complejidad, asombrosa en su incierta extrañeza.