La felicidad de la maternidad, el sueño tras el amor, la tibieza del hogar: todo el orden de un mundo se ve trastocado en Naturaleza muerta, un libro en el que nada es lo que parece.
Decir que Ana, Víctor y su hijo son los protagonistas de esta historia no sería del todo exacto, porque la misma trascendencia tienen el río y el silencio y un cielo que se va espesando, oscureciendo, a medida que el lector avanza en estas páginas.
Esa familia que habita en los lindes de “un río inmenso/ tan inmenso como un mar”, es sacudida no solo por las inclemencias de la naturaleza, sino también por las propias pasiones —deseo, egoísmo, indolencia— de sus personajes.
¿Dónde estará ese pequeño que ambos padres tanto aman? “Ana se preguntaba/ si es que había parido un niño/ o simplemente dolor”, escribe Rosario Elizalde, quien se mueve con extraordinaria fluidez entre la poesía y la narrativa para recordarnos eso que, de pronto, hemos olvidado:
No estamos gobernados por la razón ni por los dioses, sino por las ciegas leyes de la naturaleza.