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Editorial | |
ISBN | 9789563810271 |
EAN |
Hay existencias
La edad de los árboles es un relato furibundo y desencantado de una generación que le tocó inhalar la toxicidad de los tiempos que corren, elemento que le otorga a la novela un espesor psicológico y una densidad existencial genuina, provocativa, pero no menos compleja y desafiante. Leerla es sentarse frente a un espejo que reproduce una realidad social deshumanizada. Es el pensamiento inequívoco de una generación joven postdictadura que no parece estar alineada con ninguna utopía social o partidista. Los protagonistas parecen consumirse invariablemente en el letargo, en la intrascendencia, en la cocaína, en el suicidio, en la apatía aberrante y en la vaciedad ontológica del ser. Los personajes pertenecen a la generación del Ello. Se mueven por las emociones, por el desgaste, por la permuta sexual y el hedonismo depresivo. La náusea viscosa a la que hace referencia Albert Camus en su libelo existencial. Sin embargo y contra todo pronóstico, la música lava las heridas. La música parece ser el puente colgante que une las orillas solitarias y hace más llevadera la intrascendencia de los días. Bruno y Alejandro tienen ese oído puro para rescatar, del blues, del rock y del jazz, las melodías que invocan para exorcizar los demonios internos. Todo lo anterior sea dicho para proponer que en esta novela no hay futuro, no hay padres ni madres, no hay escuela, no hay religión, no hay pareja, no hay futuro ni esplendor. Los personajes flotan a la deriva del tiempo, como medusas ciegas a merced del oleaje invariable de días fatalmente idénticos a otros. La cultura desechable parece dominar las relaciones humanas en crisis y transa su precio en el mercado cultural y la cosmética superficial del arte. Los personajes existen en calidad de sombras de otras sombras. Forman parte de un soterrado telón de fondo de una sociedad arrebatada por la publicidad estridente y la efervescencia consumista. La fauna citadina se completa con jueces viciados, policías corruptos, profesionales frustrados, sobrevivientes de la dictadura, cuicos, desempleados, toxicómanos y anarquistas, en una patética amalgama de un Chile ultramoderno atravesado por la fanfarria hiperconsumista.