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Editorial | |
ISBN | 9788430945429 |
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Hay existencias
Spinoza murió en enero de 1677. En noviembre de ese mismo año vio la luz su Ética, incluida en un paquete de obras póstumas financiado por sus amigos. Al siguiente, 1678, ya estaba condenada esa obra por el gobierno holandés. Hubo que esperar más de un siglo a que irrumpiera el rescate del pensamiento de Spinoza, iniciado por la vena más profunda de la ilustración alemana y el neopaganismo romántico de Goethe y continuado por el romanticismo filosófico y el idealismo absoluto germanos. Ese rescate marca un momento estelar del pensamiento contemporáneo. (De la Presentación de M. Garrido) La Ética es mucho más que la definición de marcos metafísicos en alianza pugna con un método. En la Ética hay mucho más. Por ejemplo, hay una extraña relación entre su título y su contenido, y no ya sólo porque esta «ética» sea en buena parte metafísica, doctrina del conocimiento, generalísima física especulativa y psicología, sino porque, cuando es ética, lo es de tal manera que no privilegia al hombre, y eso puede sorprender hoy -e incluso incomodar- a los temperamentos éticos. (De la Introducción de Vidal Peña) El recelo frente a las derivas utópicas marca el nacimiento de ética y política modernas, sobre la consigna lanzada por Maquiavelo: “conocer el tiempo y el orden de las cosas y acomodarse a ellos”. A ese llamamiento a favor de una desengañada cautela, tendrá que dar concepto el siglo xvii. ¿Es pensable una ética que se ajuste a las solas exigencias de la razón? ¿Y una política? Tal, el envite cuya entidad dibujará Spinoza al comienzo de esa inacabada prolongación de la Ética que quiso ser el Tratado Político. «Si la naturaleza humana estuviera dispuesta en el modo adecuado para hacer vivir a los hombres bajo el solo imperio de la razón, sin tender a cosa otra alguna, entonces el derecho de naturaleza no estaría determinado más que por la potencia de la razón. Pero…» (Del Epílogo de Gabriel Albiac).