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Autor | |
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Editorial | |
ISBN | 9788413775067 |
EAN |
Hay existencias
No descubro nada nuevo si afirmo que Orwell fue uno de esos hombres que supieron detectar una inflexión profunda en la concepción democrática de su época. ¿Qué sucedió en ese período de la Historia? Sin duda, un sombrío naufragio: el de la razón y el de la libertad. Y fue su desafecto, su rechazo a los sucesos que contemplaba lo que le hizo, en el sentido nietzscheano del término, reafirmar su contemporaneidad, adhiriéndose a su tiempo como un galápago a su concha, pero no para silenciarlo, y menos aún para reverenciarlo, sino para poner al descubierto todos y cada uno de los entresijos más sombríos y perversos de su época. Sobre las cenizas de este sombrío horizonte se instala la escenografía de sus dos obras de mayor peso y estatura literaria: Rebelión en la Granja y 1984, relatos que son imágenes vivas de un tiempo herido que ya forma parte de la Historia: la pasada, la presente y la futura; un paisaje desolado que no cabe olvidarlo, y menos aún desconsiderarlo, si lo hiciéramos estaríamos realizando una lectura indecorosa de la Historia. Esperemos no caer en tamaña ignominia, porque sabemos bien que Ítaca es el camino, y que lecturas como las que propician las páginas escritas por Orwell nos permiten recorrerlo, aunque no sin el lógico desasosiego. Orwell fue capaz de advertir los gérmenes de inhumanidad que se esconden en unas ideologías que hacen de los hombres unos seres inacabados. Como agudo analista de los escenarios políticos de la Europa de los años treinta y cuarenta, supo percibir la existencia de unos regímenes que se valían de una nueva y poderosa arma con la que manipular las conciencias, y de paso, la propia Historia: el lenguaje, una neolengua con la que se puede despersonalizar la vida interior de cada hombre. Como hombre de su tiempo, comprendió que cuando se cercena la libertad, la legitimidad queda reducida a la realidad que impone el férreo aparato burocrático del Estado totalitario, quien establece que todo lo que dictamina el Partido es legal e infalible, lo que conduce, inexorablemente, a la partidolatría, y con ella, la total identificación entre Estado y sociedad, porque, como leemos en Moscú frontera, las palabras y las consignas del Partido no son otra cosa que la palabra de Dios. Este conjunto de razones han hecho que su obra y su persona se reivindiquen con el tiempo.ç